La cartita a Santa Claus
Ricardo llegó a su casa cansado. Como siempre, malhumorado y con ganas de tomar una cerveza o un trago de vino, según él, para relajarse.
Ese día el tráfico estuvo peor que nunca, era víspera de navidad y la gente andaba como loca en los centros comerciales haciendo sus compras de última hora.
También Ricardo había llegado a una tienda para recoger los regalos que supuestamente Santa Claus les traería esa noche a sus hijos. Gastó un poco más de veinte mil pesos en ellos. Que sus niños tuvieran lo mejor y se distinguieran de los pobretones de la colonia, para eso trabajaba horas extras todos los días, no como su cuñado Antonio, que cumpliendo con las ocho horas reglamentarias salía a toda prisa rumbo a su hogar.
Ricardo abrió la puerta, la casa olía delicioso, su esposa era una magnífica cocinera y esos días se lucía.
- ¡Papiiiiiiiiii! - Escuchó el grito emocionado de su hija y la esperó con los brazos abiertos para darle un beso, en cambio, su hijo Ricardito se quedó impávido a metros de distancia esperando algún regaño como siempre.
Su esposa apareció y sumisa musitó.
- Ya está lista la cena mi amor. Cuando gustes podemos cenar.
- Cenen ustedes, yo voy a tomarme un trago para relajarme. Cenen y manda a los niños a dormir, no quiero gritos ni escándalos.
- Pero…te estábamos esperando. Queremos cenar contigo.
Una furia inexplicable lo invadía cada vez que era contradicho.
- ¡Acaso no hablo bien el español! ¡Qué parte de quiero primero un trago no entendiste!
- Está bien, disculpa mi amor…
Fue a su cantina particular y se sirvió una generosa copa de vino. Dio el primer trago y lo disfrutó. Escuchó que en el comedor su esposa e hijos hacían una oración de gratitud por la cena navideña.
Media hora después su familia llegó hasta con él para despedirse antes de irse a dormir.
- ¡Papi! - Dijo su hija - Me voy a dormir, Santo Clos viene esta noche y le hemos pedido algo muy especial. Ya no vas a oler feo a vino, vas a ver.
Solo de su hija soportaba besos y abrazos. Su esposa y su hijo algo retirados se despidieron.
- Ya nos vamos a acostar Mi amor ¿Vas a tardar mucho?
- No sé ¡Duérmete! ¡No me esperes!
- ¿Trajiste algo para los niños?
- ¡Ya sabes que sí! ¡qué para ustedes me mato trabajando! ¡espero que un día me lo agradezcan!
- Papá - Su hijo dijo con miedo - ¡Que tengas feliz navidad!.
- Si, si…está bien, déjate de cursilerías y ve aprendiendo lo que es ser un hombre.
Pronto quedó la casa en silencio. Era hora de traer los regalos que había comprado y ponerlos bajo el árbol navideño. Menuda cosa, él fatigando para comprarlos y colocarlos y el del crédito sería un personaje de fantasía.
Para su hijita, un teléfono celular y para su hijo, un juego electrónico de moda, además, un equipo de gimnasio, pesas, para que, aunque apenas tenía ocho años, vaya empezando a hacer músculo.
Una vez que puso los regalos bajo el árbol, tendría que tirar la leche y las galletas que su hija ponía supuestamente para que comiera Santo Clos. Sobre la mesita donde estaban aquellos artículos, fue que miró la cartita con el destinatario rotulado SANTO CLOS.
Estuvo a punto de hacerla una bola y tirarla junto con las galletas y la leche, pero le ganó la curiosidad ¿Qué le habrían pedido sus hijos al personaje? Seguro algo menor a lo que iban a recibir.
Con la carta en la mano se dirigió a su cantina, se sirvió otro trago de licor y acomodándose en un banco de la barra, abrió aquel sobre.
“Querido Santo Clos” la letra era de su hijo. Bella caligrafía, iba bien en el colegio particular en el que estudiaba. Continuó leyendo “Este año te vas a sorprender, ni mi hermanita ni yo queremos regalos, pero sí queremos que nos cumplas un deseo. Por una de tus películas, nos dimos cuenta que tú también cumples deseos, y es algo así, lo que te queremos pedir”
- Vaya, vaya, vaya… - Dijo para sí - así que ahora resulta que voy a quedar mal con mis regalos, los chamacos estos querían un deseo.
Dio un trago largo a su copa y siguió leyendo. Con las siguientes palabras quedó atónito, nunca imaginó que sus hijos pensaran que él era malo.
“Queremos que transformes a mi papi. Que lo hagas bueno. Te pedimos por favor, por favor, por favor, que mi papá ya no sea malo. Qué ya no se emborrache, que abrace a mi mami y le de besos. Qué ya no grite, es horrible cuando grita, nos asusta, le tenemos miedo. Qué aprenda a decir gracias y por favor”.
Ricardo parpadeó. Le tenemos miedo había leído. Jamás hubiera pensado eso, que su familia le tuviera miedo, él lo consideraba respeto. Tomó su copa y la llevó a su boca, pero antes que el líquido tocara sus labios la retiró. Releyó, que ya no se emborrache. Continuó la lectura.
“Y yo, te voy a pedir un favor muy, muy especial, difícil, casi imposible. Quiero que mi papá, permita que yo lo abrace y le dé un beso. Tengo muchas ganas de darle un beso”.
Nuevamente Ricardo detuvo la lectura. Era verdad - ¡LOS HOMBRES NUNCA SE BESAN! - Era una frase que constantemente le repetía a su hijo. Los hombres nunca se besan, ni siquiera ellos que eran padre e hijo.
“Porque sabes Santo Clos, mi papá dice que los hombres nunca se besan, que eso se mira muy mal. En cambio, mi primo José si puede abrazar y besar al suyo, pues mi tío dice que es un amor muy puro que se llama; amor filial”.
Su cuñado Antonio, ese flojo que solo trabajaba lo necesario y corría a casa para estar con sus hijos.
“Mi tío Toño si es un hombre muy bueno Santo Clos. Él si permite que sus hijos lo abracen y lo besen. Todos los días los lleva al parque o al cine, les ayuda con sus tareas, les cuenta cuentos…ellos siempre están contentos. Bueno, también a veces los regaña, pero nunca, nunca les pega. Él sí es muy bueno. A veces me lleva al parque junto con mi primo José. Sé que lo hace de lástima porque me mira muy solo. La verdad, yo quisiera que quien me llevara fuera mi papá, sería lo más formidable del mundo. Mi papá piensa que comprándome regalos caros, yo voy a ser feliz. Con gusto cambiaría mi computadora, mis juegos, mi tele, por un balón de fut, pero que lo pateáramos juntos en la cancha. Los regalos caros no son bonitos, bonito sería un ratito con mi papá en el parque”.
Ricardo sintió que unas gotas cristalinas corrían por su mejilla. Llevó su mano al rostro y las limpió. Le dolía lo que estaba leyendo, se estaba enterando que su hijo sufría por su culpa. No se imaginaba que aún le faltaba lo peor por leer.
“Santo Clos, no sé si has entendido nuestro deseo. Mi hermanita y yo lo platicamos mucho. Queremos que cambies a nuestro papá. Que sea bueno, que ya no grite, que no se emborrache, que ame a mi mami y deje que yo lo pueda abrazar y besar. Esooooo, sabemos que es muy, pero muy difícil, pero tú tienes magia, tú lo puedes hacer. Pero si hasta para ti eso es imposible, entonces queremos otro deseo. Llévate a mi papá, ya no lo queremos ver, llévatelo y que nunca regrese, y en cambio haz de alguna manera, que mi tío Toño ¡SEA NUESTRO NUEVO PAPÁ!
Te queremos y gracias, porque sabemos que nos concederás nuestro deseo. Ricardito y Luisita”.
Ricardo tapó su boca con ambas manos para que no se escucharan los sollozos que salían de ella. Sus hijos lo preferían muerto antes que con ellos. Deseaban que su cuñado Antonio fuera su papá.
Cuanto mal le había hecho a su familia sin imaginarlo. Trabajaba duro para que nada les hiciera falta y en ese momento se dio cuenta que les faltaba lo más esencial… el amor de padre y esposo.
Tardó varios minutos en controlar su llanto. Luego vino una especie de análisis. Le dolía el alma, le dolía de una manera cruel. Necesitaba reconciliarse con él mismo. De repente tomó una decisión, era verdad, Santo Clos tenía magia y le concedería su deseo a sus hijos.
Corrió a la cocina y trajo un bote de basura grande, ahí puso todas las botellas de licor que tenía, luego lo sacó al callejón, después buscó una manta y cobijándose se acostó bajo el arbolito de navidad, se quedó profundamente dormido.
Despertó cuando escuchó unos cuchicheos. Abrió los ojos. Su esposa acompañada de sus hijos lo contemplaban sorprendidos.
- Ah ¿Qué pasó? - Dijo Ricardo como si también estuviera sorprendido él - Yo me quedé dormido en el sofá de la cama ¿Por qué estoy aquí?
Su niña fue quien se atrevió a hablar.
- ¿Por qué eres un regalo quizás? - Y volteó a ver a su hermanito.
- ¡No sé! ¡Pero Feliz Navidad! - Dijo incorporándose de un salto. A la primera que abrazó fue a su esposa - Levanta la trompa mi reina, para darte un beso de feliz navidad.
Sus hijos se miraban uno al otro. Luego abrazó a su hija y la besó eso no era raro, finalmente le dijo a su hijo.
- Y tú campeón ¿No me vas a dar un abrazo de navidad?
- Pero es que…Los hombres nunca se abrazan ni se besan papá.
- ¿Y quién ha dicho semejante tontería? Por supuesto que se abrazan y se besan padre e hijo, pues ese es un amor muy puro que se llama amor filial. Ven hermoso, ven y dame un abrazo y mil besos.
Sus hijos se miraron emocionados, chocaron las manos y gritaron un largo ¡Síííííííííííi! Ricardito de un salto llegó hasta su padre y lo abrazó con mucho cariño.
- Perdóname hijo, perdóname por todo el daño que te hice. Te prometo que voy a ser bueno, aprenderé a decir por favor y gracias.
- Mira papá - Exclamó emocionada su niña - Santo Clos me ha dejado un celular.
- No hija, ese yo lo compré y a Ricardito también le compré algunas cosas. No sé si quieran quedárselas o las regresamos a la tienda y vamos a comprar un balón de futbol para irnos a jugar al parque.
- ¡Sí papá, y le jugamos una reta entre tú y yo contra mi tío Toño y mi primo José!
- Sí hijo, vamos, tengo que demostrarte que soy mejor, mucho, mucho mejor que tu tío Toño ...