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La fabula del roble y el arbusto


Érase una vez dos semillas que cayeron la una junto a la otra, al borde de un camino.
Una de ellas, concretamente la que se había quedado a un nivel superficial, empezó a brotar mas rápido que la otra. Con las primeras lluvias comenzó a crecer a gran velocidad.

Pronto se había convertido en un matojo espectacular.
-Fíjate-comentó uno de los arrieros que pasaban un día por allí-, este árbol promete mucho.
-Si, qué capacidad para crecer rápido y dar señales de su esplendor -replicó su compañero-. Desde luego, nos ha demostrado su valía y lo lejos que puede legar.

De la otra semilla, que estaba enterrada a mayor profundidad y apenas había germinado, no hicieron comentario alguno.

Pasaron meses y el matojo se convirtió en un matorral, mientras que de la otra semilla no había despuntado nada visible de la tierra. Al cabo de varios años, el matorral había pasado a ser un formidable arbusto.

Floreciente y majestuoso, acaparaba la atención de cuanto viajante pasaba por allí. Por aquel entonces, la otra semilla no era mas que un simple brote despuntando del suelo.
-Fíjate, ¡que triste! -comentó-. ¡Si tan siquiera ese ridículo brote pudiera tener una décima parte de los atributos del regio arbusto!
-En efecto -respondió su compañero-, cuan mas bello paisaje sería si tan solo el penoso brote hubiese aprendido algo de la capacidad de deslumbrarnos de su floreciente compañero.

Cuando finalmente el arbusto alcanzó su momento de máximo esplendor, el brote se había convertido en una ramita.
-Qué cosa tan ridícula. Nunca llegará a nada -solían decir los viajeros, riéndose de la ramita-. Hace ya años que pasamos por aquí y mira lo que ha crecido.

Pero la ramita no los escuchaba. Y, sin prisa pero sin pausa, seguía haciendo su trabajo
Al cabo de sesenta años, donde había estado el arbusto ya no quedaba nada.

El lugar de la ramita, en cambio, lo ocupaba un imponente y robusto roble firmemente decidido a inspirar con su grandeza el ánimo de todo viajero que pasase por allí.
-Hay que ver lo que son las cosas - le comentó un viajero a otro-, ¿sabes lo que solía decir el abuelo de ese roble?
-Lo mismo que el mío -replico éste--. Que nunca llegaría a nada. 
-¡Ja, ja, ja, ja! -Exclamo un tercero-. ¡Qué necios llegamos a ser cuando juzgamos a las cosas por lo que nos muestran, y no por lo que pueden llegar a ser!.
-Sí, porque - añadió el primero- ahí donde lo veis con toda su majestuosidad, ¿sabes que?
-No me lo digas -se oyó concluir a uno de ellos- : esto es sólo el principio.
-Efectivamente. ¿Sabes que un roble puede vivir mas de mil años?


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Cuantas veces hemos caído en el error de compararnos con los demás y peor aun el de habernos sentido menos por no estar a la altura o cumplir con unas altas expectativas.

Es en esos momentos de ceguera que podemos fácilmente maldecir nuestra vida al no comprender y no poder ver la lección y el beneficio final del momento por el que estamos pasando. Es por eso que deseamos muchas veces ser como otras personas a las que vemos que les va todo bien aparentemente y de manera rápida….como el arbusto.

Y es que muchas veces no nos damos cuenta de que los retos a los que nos enfrentamos, las desventajas con las que partimos o las cosas que debemos hacer primero antes de pasar a otra fase de nuestra vida están haciendo de nosotros UN ROBLE.

Si intentamos forzar las cosas y acelerar el proceso los resultados casi siempre serán poco satisfactorios. La gratificación instantánea, los deseos de aprobación, admiración y fama nos pueden dar placer momentáneo, pero sin raíces sólidas, no tardaremos en desaparecer en el tiempo y ser olvidados.

"Lo que viene fácil, no dura. Lo que dura, no viene fácil."

Somos robles. Respetemos nuestra naturaleza, nuestro ser, nuestro proceso...


Saludos y hasta la próxima  


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